Revolución Cultural. Fin del tradicionalismo y construcción del mito de Mao Zedong
Julio López Saco
La Revolución Cultural China o Gran Revolución Cultural Proletaria, fue un movimiento sociopolítico ocurrido entre 1966 y 1977, e iniciado por Mao Zedong, el líder del Partido Comunista Chino. Una Revolución dentro de la China Revolucionaria, cuyo objetivo era acabar con los elementos capitalistas y tradicionales de la sociedad china. La lógica de esta mal llamada Revolución Cultural estuvo conducida por el culto a la personalidad de Mao, traducido en la purga de líderes comunistas que se le oponían, acusados de revisionistas y de convertirse en nuevos burgueses.
Se buscaba propiciar un cambio en la cultura de la sociedad, reestructurando la ciencia, la educación, la moral y las artes, a partir de las ideas maoístas. En la producción cultural de esa época se reforzaron los ideales políticos y la imagen de Mao, hasta cierto punto debilitada después del desastroso Gran Salto Adelante. Se quería poner fin a los cuatro viejos; esto es, las costumbres, la mentalidad, la cultura y los hábitos de la época dinástica, cuya superación conduciría a la sociedad a una mejora. A ello habría que añadir la eliminación de la influencia capitalista y el pensamiento burgués.
El Partido Comunista trató de generar un vínculo emocional y moral que naciera desde la población y estuviese dirigido hacia las representaciones artísticas de la China comunista, tomando en cuenta a la cultura como un aspecto social necesario en la construcción de una identidad, forjando así un idealizado sentimiento de pertenencia. Mao Zedong se alzó como una figura de culto quien, por medio de sus postulados ideológicos, actuaría como la luz que iluminaba el camino de la reeducación. En tal sentido, el famoso libro rojo, al lado de otras obras que expresaban el carácter del comunismo, se convertirían en lecturas obligatorias en la educación de todo ciudadano del país.
Al margen de la represión, hubo una orientación hacia una severa educación dirigida a los intelectuales, tildados de burgueses y privilegiados porque priorizaban sus objetivos específicos sobre los intereses del Partido. El movimiento buscaba que colaboraran o acallasen sus ideas anticomunistas, pues se entendía que impedían los avances nacionales.
La educación, por tanto, jugó un rol relevante, en tanto que se consideraba el vehículo con el que se derribarían las barreras que impedían la llegada de la doctrina comunista a todos los estratos sociales. Es así como se explica que se considerase que los conocimientos en las antiguas tradiciones, o las creencias supersticiosas (doctrinas confucianas, la religión, los mitos) se contraponían frontalmente a los conocimientos modernos, imprescindibles para el progreso.
Para adquirir conciencia popular había que instruir al pueblo. Si se le enseñaba de manera adecuada, se lograría moldear el pensamiento de la nación. Los jóvenes debían aprender los esbozos teóricos pero al tiempo destacar la importancia de la práctica, trabajando en el campo para comprender y formar parte del trabajo de la clase obrera, involucrándose con ella. Esto se aplicó a los intelectuales, quienes debían integrarse con el pueblo para tomar conciencia de sus costumbres. La premisa se centraba en situar a toda la sociedad en una única masa homogénea que permitiera eliminar los privilegios clasistas y alcanzar un carácter comunista.
La educación estaba sesgada por los lemas revolucionarios. En el ámbito de las artes se optó por llevar a cabo una limpieza general en lo tocante a la historia y la cultura. Se eliminó la herencia cultural china, estaba impregnada de elementos feudales e imperialistas. En lo referente al lenguaje, se eliminaron ciertos trazos de los ideogramas, surgiendo el chino simplificado. Con tal medida se buscaba poner al alcance del pueblo los conocimientos de la lengua.
En el arte se quisieron producir piezas que reflejaran los intereses revolucionarios y se lograse despertar en la población el interés y empatía por los postulados maoístas. Una forma de lograrlo fue recurrir a representaciones artísticas ya populares en la sociedad, como la ópera o la literatura. En ellas se suprimían los valores del pasado sustituyéndolos por enseñanzas modernas, tal y como ocurrió con la novela La balada de Ouyang Hai.
La reforma de los valores de la sociedad fue supervisada por los guardias rojos, órgano educado en las premisas maoístas, que se encargaba de establecer el orden y el cumplimiento de las mismas, vigilando la eliminación de los antiguos elementos de la sociedad. Conformada principalmente por jóvenes y campesinos, velaba por los intereses de la revolución cultural, un cometido orientado a la destrucción de obras y representaciones que fuesen en contra del ideal de modernidad. Entre ellas, erradicar la vieja historia imperialista del país. Fue de esta manera que templos, antigüedades, libros, obras religiosas, manuscritos o imágenes (sobre todo de Confucio), fueron destruidos o, en el mejor de los casos, desprestigiados por la guardia roja. Una necesaria eliminación del pasado que seguía el pensamiento de Mao: “Primero destruye, la reconstrucción vendrá por sí sola».
La Revolución Cultural representó el establecimiento de una ideología llevada hasta los extremos más radicales. Una de sus consecuencias fue el retorno de Mao Zedong al poder, además de la devastación de las élites chinas. La educación se limitó a repetir consignas revolucionarias tras la abolición de los exámenes de ingreso universitario y se orientó a redefinir los programas de estudios. Otra de sus consecuencias, de gran calado, fue que supuso un duro golpe a la cultura tradicional china. El budismo y las tradiciones ancestrales fueron rechazados. A través de saqueos, incendios o asaltos, se perdieron templos, reliquias y una parte significativa del acervo cultural tradicional. Uno de los casos más renombrados fue, por ejemplo, la gran purga confuciana del primer emperador. De casi ochenta sitios del patrimonio cultural de Pekín, una treintena fueron destruidos por completo. Naturalmente, a todo ello hay que sumar las persecuciones, torturas, desplazamientos, humillaciones públicas y hasta las ejecuciones, acciones siempre deleznables en cualquier circunstancia posible.
Para saber más:
Cavendish, P. & Gray, J., La Revolución Cultural y la crisis China, edit. Ariel, Barcelona, 1970; Hsu, Inmanuel, C., The Rise of Modern China, Oxford University Press, Oxford, 1999; Macfarquhar, R. & Schoenhals, M., La revolución cultural china, edit. Crítica, Barcelona, 2009; Dueñas, M. Constanza, La Revolución China. Una revolución permanente, edic. Gárgola, Buenos Aires, 2021; Plaenkers, T., Landscapes of the Chinese Soul: The Enduring Presence of the Cultural Revolution, edit. Routledge, Londres, 2019; y Szczepanski, K., “Overview of the Chinese Cultural Revolution”, ThoughtCo, 25 de agosto de 2020, en www.thoughtco.com/what-was-the-cultural-revolution-195607 .
Fuente: Julio López Saco (AVECH).