Ruta de la Seda: tránsito chino desde el pasado al futuro

Julio López Saco

La labor de investigadores pioneros y el empeño de arriesgados aventureros en poner al descubierto Asia central fue una labor que desde el siglo XIX ha ido ubicando con mayor exactitud determinados tópicos relativos a las Rutas de la Seda y a las inhóspitas regiones centro asiáticas. Hablamos de su papel de lugar de paso, de su caracterización como una tierra de errantes nómadas sin rasgos culturales definidos, sin asentamientos permanentes ni historia propia. Sin embargo, el rol cultural desempeñado por el territorio centro asiático fue inequívoco, y hasta se podría decir, estelar: su geografía le ha conferido la etiqueta de lugar estratégico y centro receptor y difusor, de cruce de caminos, de crisol que fusionó corrientes culturales que después progresaron hacia otras regiones, entre ellas China.

Las ciudades o comunidades-oasis (hoy en territorio chino), de extremada relevancia estratégica y mercantil-caravanera, ejercerán de centros de encuentro y de ulterior partida, de obligados núcleos de reunión y acopio en función del relieve circundante y de los temibles desiertos adyacentes. El elevado grado de aislamiento y de insularidad geográfica ejercieron de factores primordiales para entender el papel de la región como zona de un modelo cultural rico al que contribuyeron varias culturas y el paso de tribus nómadas, que hicieron que el territorio jugase el papel de transmisor civilizador. Este desempeño comercial y cultural propició las continuadas luchas entre los diferentes reinos por la posesión y control de la región y sus importantes rutas. Durante mucho tiempo, primero chinos y tibetanos, y luego, turcos, árabes y persas, rivalizaron por asegurar su presencia y dominio en este ámbito. A través de una notable red de caminos, veredas y carreteras, que cruzaban estos lugares, se movilizaban gentes de todo tipo y condición: mercaderes, mercenarios, monjes, normalmente budistas, peregrinos y embajadores.

Este conglomerado de vías recibió el nombre de Ruta de la Seda, un término acuñado por el noble alemán von Richthofen en el siglo XIX. No obstante, también se le ha concedido el sobrenombre de Ruta de los Sutras porque el budismo ha sido, a lo largo del primer milenio, la corriente cultural más destacada que ha avanzado por estos senderos terrestres, influyendo la mentalidad de los pobladores centro asiáticos y del Lejano Oriente. Desde esa época, los caminos y lo que implican, se han hecho míticos, puesto que a través de la Sogdiana, el Pamir, la cuenca del Tarim y el Gansu, han sido capaces de ir generando, en su largo recorrido intercontinental, centros de cultura donde los intercambios mercantiles y de ideas proliferaban ininterrumpidamente, mientras que, en reciprocidad, acercaban pueblos y civilizaciones distintas.

La seda fue el producto más floreciente de intercambio, aunque no el único. Se trataba de un material refinado propio de los miembros de la corte, que atrajo, en función de sus veleidades y peculiares características, a los patricios romanos, incidiendo en la intensificación de un comercio que también abundaba en otras mercancías consideradas exóticas y suntuosas; esto es, ámbar, perlas, esmaltes, lacas, pieles, lapislázuli o cinamomo. La belleza de la seda, su alto grado de exotismo, unido a su extraño y poco conocido origen, su misterioso y mítico sistema de elaboración, así como la facilidad de transporte y su empleo como factor de exhibición y refinamiento, hizo de ella el prototipo estelar de los intercambios comerciales por las grandes rutas.

Estas relaciones comerciales entre Oriente y Occidente, que tenían como objeto los intercambios de productos de lujo, respondían a un inusitado desarrollo de la capacidad de consumo de los dos grandes centros de poder de ese tiempo, sobre todo la Roma imperial de época de Augusto. En la ciudad eterna la seda llegará a ser un lujo innecesario pero imprescindible en la confección de la indumentaria imperial, que proporcionaba prestigio social y destacaba la potestas del soberano. El momento álgido del comercio de seda ocurrió en época de Augusto, durante la Pax Romana. Así pues, parece dar la impresión de que para el imperio romano, y para Occidente en particular, las relaciones mercantiles tuviesen la misión de servir de acceso a bienes de prestigio relacionados con el desarrollo de las formas de mando. Resulta interesante destacar que en época Han el imperio que lideraba Roma era conocido en las fuentes como Da Qin o Gran China, y se sabía de la existencia de varias ciudades del oriente romano, como Antioquía y Alejandría. Por su parte, en 166 Marco Aurelio, Andoun para los chinos, envió una embajada para establecer relaciones comerciales directas sin la mediación persa, pero la distancia y ciertas dificultades intrínsecas a la tarea impidieron la normalización de los acuerdos suscritos.

No se debe olvidar que el comercio a larga distancia es algo aislado y coyuntural, relacionado estrechamente con las culturas urbanas. La organización básica de este sistema mercantil parece depender de la tradición del don y el regalo por el que desde China se distribuirían los productos entre los aristócratas guerreros de las estepas, pasando a sogdianos y los habitantes de la Bactriana, que los transmitirían a mercaderes de Palmira o Alejandría a través de los intermediarios partos, siguiendo algunas rutas adyacentes importantes como las de India del noroeste. Pero además de servir como corredor mercantil, la ruta será, fundamentalmente, un inestimable puente cultural, un medio de intercambio y fusión intelectual, religiosa, estética y filosófica. Y es que con los diferentes productos viajarán las ideas, que contactarán con otras doctrinas, modos de pensar y de vivir la fe.

El consolidación de la dinastía Han y su proceso expansivo, acompañado de la consolidación del imperio en Roma al otro lado del orbe conocido, hizo rentable en términos económicos y factible en un sentido geográfico, la viabilidad económica de las carreteras terrestres y sus diversas ramificaciones hasta entrado el siglo X, propiciando, además, los contactos culturales y la racionalización de las limitantes y utópicas ideas que la mitología, las ignorancia y los tópicos habían establecido.

Pero también en esta época hubo otros destacables centros de poder a lo largo de la gran ruta que no se pueden relegar al olvido. Así, varios reinos indo griegos, legado de Alejandro Magno, que se extendían por el valle del río Oxus hacia el norte de India, la dinastía Maurya de Asoka, que ocupó territorios del actual Pakistán y Afganistán, el reino de los partos de Irán, los Yüetzi de las fuentes chinas, probablemente tribus escitas, en el corredor del Gansu, y que serían la fuente de los Kushan de Kanishka, y otra serie de pequeños estados independientes, en especial en la cuenca del Tarim, que coincidían con las numerosas comunidades-oasis de la región.

En particular, los pueblos nómadas denominados Yüetzi, que provenían de las zonas de pastizales del occidente chino, acabaron instalándose, bajo la presión de los Xiongnu (Hunos), en Bactriana, donde ya moraban desde el siglo I a.e.c. los escitas Saces o Saka tras su victoria sobre los partos. La historia antigua de los Kushan, herederos directos de estos nómadas, es conocida a través del Hou Hanshu o Anales de la dinastía Han Tardía, que presenta a estos pintorescos pueblos como fervientes budistas, de la Geografía de Estrabón y de la de Ptolomeo. Los intereses chinos en el gran área centro-asiática, en los llamados  territorios occidentales, tanto desde un ángulo militar, en defensa contra los nómadas Xiongnu, como desde una óptica comercial, en especial en busca del preciado jade, muy valorado desde una óptica estética y ritual funeraria, así como de los caballos de Fergana, son los factores que galvanizaron la consolidación y pervivencia de las rutas terrestres.

Las grandes y cruciales vías de la Ruta estaban trazadas en época Qin, pero era preciso un momento histórico adecuado para ponerlas en funcionamiento. La estabilidad política y el desarrollo económico, que permitieron una mentalidad aperturista entre los chinos, absortos tradicionalmente en conservar su legado civilizatorio en el seno de un idealizado mundo cerrado, sinocéntrico, que se evidencia con los gobernantes Han, hacen viable el uso continuado de esas rutas.

La presencia de los nómadas esteparios Xiongnu, al norte de los Largos Muros, que desestabilizaban las zonas comerciales e impedían el normal desarrollo del intercambio de productos, fue el indicador para que el emperador Wen Di, que reinó en el siglo II a.e.c., intentase comprar la paz de las fronteras con la entrega de cereales y seda a los hunos y solicitase ayuda a otros reinos mediante el envío de embajadas hacia Occidente. La cantidad de la preciada seda que los bárbaros acabarían manejando fue tan voluminosa que las piezas sobrantes serían vendidas en los importantes mercados de las regiones del Asia occidental, como la lejana Kashgar o la mítica Samarcanda. De este modo, la valía del tributo en seda acabaría siendo esencial en el funcionamiento continuo de las vías de intercambio.

No obstante, fue el gran emperador Wu Di (140-87 a.e.c.), el que propició un giro de ciento ochenta grados al pasar de una política defensiva a otra mucho más ofensiva a través de una serie de medidas de política exterior que facilitaban un proceso de expansión territorial que respondía, a su vez, a imperiosas necesidades internas: el mantenimiento y la continuidad del control sobre las confederaciones nómadas, relativamente frenadas por la Gran Muralla. La expansión china hacia Occidente a partir de los siglos II y I a.e.c. puso en directa relación a la corte imperial con la cuenca del Tarim y sus ricos valles de llanura de loess arcilloso, muy ventajoso para la agricultura, y con sus ciudades-oasis, verdaderos núcleos mercantiles y cosmopolitas donde habitaban agricultores sedentarios y comerciantes, que terminaron por convertirse, en función de su posición geo estratégica, en lugares de encuentro y confluencia de pueblos e ideas.

Estas comunidades-oasis, que enlazaban el Gansu occidental con la cuenca de los ríos Sir Daria y Amu Daria, por ambos lados del temido desierto de Taklamakan, y hacia el Pamir en dirección este, reunían tanto poblaciones indoeuropeas, sogdianos, kucheanos y khotanos, como altaicas, hunos, turcos y uigures, así como sino-tibetanas. Estos núcleos urbanos fueron pioneros en ver florecer fuera de India las primeras comunidades budistas financiadas por ricos mercaderes laicos, embellecidas con pinturas y esculturas alusivas a la leyenda del Buda y la doctrina del budismo.

La embajada diplomática de Zhang Qian al Asia central en 139 a.e.c., con la finalidad de conseguir aliados firmes y de confianza contra los belicosos Xiongnu, que habían constituido una confederación, puso a los chinos en contacto con ricas y prósperas regiones como Sogdiana, Bactriana, Fergana y Persia, e incluso Asia menor (llamada Diaozhe en chino), fuertemente helenizadas y con influencias culturales iranias. La misión de Qian despertó el deseo chino por esos productos, propiciando las expediciones militares y diplomáticas para mantener relaciones teóricamente amistosas, pero sobre todo, para ubicar bajo su dominio directo la cuenca del Tarim a través de guarniciones y protectorados militares, como la muy conocida de Yang Guang. La expansión así consentida intentaba fortalecer el poder central imperial y su prestigio, además de aumentar las expectativas económicas chinas.

La toma de contacto con estas regiones occidentales, hoy en el límite de la región autónoma uigur de Xinjiang, provocará la llegada de influjos religioso-filosóficos nestorianos, zoroástricos y fundamentalmente budistas a China. Esta nueva amplitud territorial, bajo dominio militar y administrativo, abrió el campo a la colonización y a esos nuevos componentes culturales, poco o nada conocidos, amén de significar un desahogo de las presiones sociales del momento. Gracias a ella, el budismo chocará frontalmente con el popular taoísmo y con un confucianismo que se había adaptado a las necesidades de un Estado fuertemente burocratizado.

No sería sino hasta fines del siglo I, con las campañas del general Ban Zhao, que se someterá a verdadero vasallaje a todas estas regiones a través de guarniciones, colonias agrícolas y comisarios imperiales Han; Khotan y Kashgar cayeron en el año 74 y Yarkand hacia 88. La instalación de guarniciones, torres de vigilancia, además del control de las rutas mercantiles, favorecieron a los mercaderes e impulsaron la creación de grandes mercados en las ciudades fronterizas. En el seno de la política interna de Wu Di ciertas medidas imperiales ayudaron notablemente a asegurar la ruta y a consolidar el comercio transcontinental, como la obligación de los comerciantes a integrarse en la administración, con lo que actuaban en nombre de la corte imperial, y la institución del papel moneda, herramienta ahora esencial en los intercambios.

Parece innegable, a tenor de los vestigios arqueológicos descubiertos y las noticias en las fuentes escritas, que en Asia central hubo varias rutas comerciales desde antiguo, lo que significa que como lugar de paso siempre existieron compradores y vendedores. No fue hasta finales del siglo I cuando los chinos tomaron verdadera conciencia de la actividad comercial romana con los pueblos partos (arsácidas, 255 a.e.c.-226), intermediarios casi monopolistas, junto a los persas sasánidas (226-651) del comercio a larga distancia, que serían los introductores de la muy codiciada seda en las manos de las familias nobles romanas.

El frustrado viaje de un personaje llamado Gan Ying hasta las mismas puertas del imperio romano encaja en estas nuevas perspectivas chinas. El momento en que más floreció el comercio fue, sin duda, cuando se establecieron relaciones diplomáticas y los romanos empezaron a apreciar la seda y otros lujos orientales. Aun para el primer siglo de nuestra era la seda era difícil de encontrar en Roma, y sólo los más ricos podían comprar algunas tiras para coserlas a sus túnicas de algodón o lino en lugares preferentes. De hecho, pues, podemos asumir que la gran ruta, en términos mercantiles y culturales fue, durante un tiempo, el verdadero centro del mundo.

Paradójicamente, la dispersión que la ruta propicia, traerá consigo uno de los gérmenes de la decadencia Han, que tan fructífera será para que el budismo comience su período de popularización: la creación de grandes y ricas familias, muchas de ellas de mercaderes, que acabarán concentrando las tierras y generando grandes tensiones entre los campesinos, como la famosa insurrección, de tintes taoístas, conocida como los Turbantes Amarillos, desarrollada en Shandong y Henan en 184.

El itinerario de las vías que conforman la Ruta de la Seda, cuyo conocimiento se debe a los datos de Ptolomeo y a las narraciones de los peregrinos chinos budistas Faxian y Xuanzang, unía, tras recorrer más de siete mil kilómetros superando obstáculos geográficos muy notables, montañas, valles, ríos y desiertos, Roma, Alejandría y Antioquia con Chang’an.  Después de atravesar la puerta de jade o Ru Men Guan, la ruta norte (bei dao), discurría, bordeando el temible desierto de Taklamakan y pegada al Tienshan, desde Hami, el antiguo Turquestán chino, a través de Turfan, Karashar, Kucha, Aksu, hasta Kashgar, y la meridional (nan dao), seguía por Dunhuang, Miran, Niya, Khotan, Yarkand, uniéndose a la vía septentrional en Kashgar, verdadero cuartel general mercantil y centro de acopio. Desde este punto continuaba a Kokand, Tashkent, la mítica Samarcanda y Bujara, y de aquí a Merv, atravesando Persia, con paradas en Ecbatana y Ctesifonte, hasta llegar a la costa mediterránea. Desde Yarkand salía una vía secundaria hacia India a través del Karakorum con destino a Bombay, y otra que, desde Peshawar y Amritsar, atravesando el Hindukush, continuaba, ya en la gran llanura indo-gangética, hacia Agra y Benarés, hasta finalizar en Calcuta.

En paralelo, existió un camino septentrional, conocido como Ruta de las Estepas, que desde Mongolia exterior (la futura Mongolia, con capital en Ulan Bator), e interior comunicaba los centros siberianos con la cuenca del Baikal, y a través del paso de Dzungaria llegaría a los Urales y la estepa meridional rusa. Este itinerario fue, primordialmente usado por los grupos bárbaros, hunos o avaros, en sus desplazamientos al oeste.

Los viajeros fueron propiciando la elevación de monasterios y templos por el camino, la mayoría de ellos santuarios en grutas, bellamente decorados con pinturas, relieves o esculturas, como Bamiyán (dinamitado por los talibanes), Mogao, en Dunhuang, Longmen y Yungang, que se convertirían en centros del saber y de aprendizaje. La mayoría de estos recintos monásticos y santuarios eran financiados por mercaderes laicos ricos que buscaban con su acción ganar mérito para futuras buenas reencarnaciones. En China, los grandes monasterios, como el del monte Wudai, se convirtieron en pequeños Estados casi autónomos y en lugares de recogida de indigentes, artesanos, mercaderes, bandoleros o campesinos que se querían librar de las fuertes corveas estatales, hecho que motivó, en especial en época de la cosmopolita dinastía Tang (618-907), una gran proscripción de carácter socio-económico y político más que cultural, propiciando la laicización de muchos monjes, considerados parásitos por la ideología estatal confuciana porque rompían la tradición de la piedad filial por su celibato, no pagaban impuestos y no servían militarmente al Estado, y la confiscación de los bienes y tesoros del monasterio. Muchos funcionaron de aquí en adelante, no obstante, como hospicios y hospitales.

La interrupción de la gran ruta con la consolidación otomana y la apertura de canales marítimos alternativos, condicionaron las normas que regían las antiguas transacciones mercantiles, provocando la definitiva decadencia de los itinerarios terrestres. El moderno interés historiográfico por redescubrir las interioridades de la mítica vía y por conocer las viejas leyendas tejidas a su alrededor, ha dado pie ya a la recuperación del atractivo histórico de la región por mediación de grandes expediciones arqueológicas, sesudos estudios y monografías diversas.

Por otro lado, en los últimos años China ha venido confeccionado proyectos integrados en la denominada Nueva Ruta de la Seda o “Iniciativa de la Franja y la Ruta” una ambiciosa red china de infraestructuras (gasoductos, aeropuertos, aduanas, tribunales, ferrocarriles, puertos y hasta comercio electrónico), que busca configurar un plan estratégico de ramificaciones geopolíticas y económicas. Algunos creen que estamos ante un instrumento de dominación del mundo, aunque desde otra perspectiva se apunta a compararlo con una suerte de plan Marshall contemporáneo que será de inestimable ayuda en el desarrollo de regiones marginadas.

Con componentes comerciales, financieros, de seguridad y también culturales, fue el presidente chino Xi Jinping quien presentó la idea en 2013, en Indonesia y Kazajistán. El interés y beneficio para China reside en la posibilidad de desarrollar sus regiones occidentales, claramente más empobrecidas que las del este del país; la estimulación de sus sectores industriales, abriendo nuevos mercados para sus innumerables productos y la adopción de los estándares tecnológicos chinos por parte de otros países. En términos generales, el trasfondo es la expansión de la presencia e influencia internacional china.

Para saber más

Muchos son los títulos que refieren la historia y singularidades de la famosa, y ya legendaria, Ruta de la Seda. Se pueden destacar, entre otros, Baumer, Ch., The History of Central Asia. The Age of the Silk Road, I.B. Tauris, Nueva York, 2014; Benjamin, C., Empires of Ancient Eurasia. The First Silk Roads Era, 100 BCE-250 CE, Cambridge University Press, Cambridge, 2018; López Saco, J., “Origen y significado de la Ruta de la Seda en la antigüedad”, Altagracia. Revista de la Biblioteca Nacional de Caracas, nº 2, 2006, pp. 116-123; López Saco, J., “Comercio y cultura en la Ruta de la Seda de la antigüedad”, Revista de Arqueología del siglo XXI, nº 334, 2009, pp. 42-49; Mclaughlin, R., The Roman Empire and the Silk Routes, Pen & Sword History, Londres, 2020; Muñoz Goulin, J., La Ruta de la Seda, Acento edit., Madrid, 2002; Pernot, F., La Ruta de la Seda: desde Asia hasta Europa, edit. Parragón, Madrid, 2007; Whitfield, S., La vida en la Ruta de la Seda, edit. Paidós-Orígenes, Barcelona, 2000.

Fuente: Julio López Saco (AVECH).